Julio 4, 2023 / Redacción Diario Criterio / Pablo Montoya
Rafael Dussan trabaja con la paciencia, la disciplina y el entusiasmo de un monje. Un monje que no se afinca en lo religioso conventual, sino que indaga en la conmoción de los sentidos y en las ondulaciones de lo onírico. Pero, teniendo en cuenta su formación pictórica, que se ha nutrido de los imaginarios renacentistas, y cuyos itinerarios han pasado por Italia, Francia y los países flamencos –Giotto, da Vinci, El Bosco palpitan en sus trazos–, lo suyo está signado por la vuelta a un cierto paganismo en donde la naturaleza posee gran importancia.
Lo primero que vi de Dussan fue en el claustro de San Pedro Claver. Sus instalaciones con dibujos sobre bolsitas de té, papel y tela me parecieron una invitación a que la mirada dialogara con sus trazos evanescentes y los espacios de esa morada histórica. Abrazo inquietante porque la delimitación del lugar se borraba para estallar en una cartografía de sueños donde el color aparecía entre una confabulación de negros y grises y blancos y sepias tenues. Y todo ello estaba plasmado sobre un fondo que remitía a coordenadas acuáticas, florales y celestiales.
Después vi su obra mural en el salón principal de Casa Puente, al lado del hotel Santa Teresa, en Cartagena. Es en esta ciudad donde Dussan está radicado y dibuja desde hace años. Y no solo sobre el papel, sino sobre las superficies pétreas de las residencias. El artista me dejó recomendado con la administradora de la mansión. Se me condujo entonces a la sala donde se había plasmado una Cartagena asaz sugestiva.
Mientras miraba las paredes me di cuenta de que allí había una evocación de una urbe que sucumbe a los estragos de la contaminación. Desde abajo, el mar y sus ciénagas, poblado de calamares, pulpos, delfines y manatíes, ascendía hasta penetrar las edificaciones coloniales y republicanas. La vegetación aspiraba, por su lado, y en medio de ramajes intrincados, llegar hasta las nubes. Metamorfosis continua en que árboles, criaturas marinas y aves devienen en algo semejante a los hombres.
Esta simbiosis de Dussan no solo es un canto a lo que somos como naturaleza, sino una suerte de lamentación poética por la devastación que ocasionamos cuando creemos ser el centro del universo. Al ver esos dibujos red, esos trazos a veces inextricables, esa especie de maraña translúcida, se me hacía claro que estamos fraguados, tanto en la ensoñación como en la vigilia, de picos y alas, de hojas y tallos, de escamas y plumas, de tentáculos y aletas. Y que si queremos persistir como especie es fundamental aproximarse a la naturaleza de una manera más amorosa por no decir erótica.
Y digo erótico porque este elemento es trascendental en la obra de Dussan. Se trata de un erotismo que pareciera desembocar en la materialización de una caricia, pero que alcanza su proyección más elevada en la imaginación cuando esta se vierte en la palabra, el sonido o la imagen. En los dibujos de Dussan el erotismo planea no como la representación exacta de un deseo, sino como una expresión, melancólica y bella, de concebir un mundo.
En los nuevos dibujos, que ahora se exponen en la galería Deimos Arte en Bogotá, elaborados bajo el lazo entre naturaleza y ciudad, mucho de esa delicia de las formas se insinúa. Las raíces se tornan anhelo buscando más el afuera que el adentro. La flor y la hoja se erigen como el fresco monumento ante la desgastada fachada del templo y del palacio. Los pájaros y las lagartijas están detenidos para mirar su entorno desde un asombro inquieto que es también el nuestro. Peces, aves y manglares están aquí para recordarnos que una existencia sin ellos sería no solo catastrófica para el equilibrio natural, sino insípida y ajena a las fantasías y a los juegos dados por la sucesión de los días y las noches.
Los dibujos de Dussan señalan, por lo demás, un nuevo período en esta obra que sabe confrontar los tiempos de crisis. También hay que mirarlos así. Es decir, con la certidumbre de que en ellos se revela la tradición pictórica europea, afincada en las pesquisas de su espiritualidad religiosa. Pero que, al elaborarse desde una ciudad como Cartagena y en un país como Colombia, adquiere un sentido social y político insoslayable.
Artículo publicado originalmente en
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